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La historia de Mulán: un icono feminista en su 20º aniversario

Chus del departamento de orientación nos remite este interesante artículo sobre Mulan y la mujer suplantada con motivo de la celebración del día de la mujer el 8 de Marzo.

Salvar China fue el menor de los méritos de Mulán en 1998. Dos décadas después, sus transgresiones siguen fascinándonos.

POR MIREIA MULLOR FUENTE: FOTOGRAMAS 05/08/2018

Nunca fue una princesa, y ni falta que le hizo. Mulán inició hace ya dos décadas su propia categoría en Disney: la de la princesa guerrera. Una joven que, en lugar de dar honor a su familia con un matrimonio ventajoso y un maquillaje bien puesto, decidió cortarse la melena y alistarse al ejército haciéndose pasar por un hombre. ¿Para salvar a su padre? Claro, pero no era el único motivo: Mulán también quería probarse a sí misma -y al mundo- que podía ser algo más que un florero. Y, de paso, que la feminidad y la masculinidad, como identidades de género disociadas del sexo, pueden convivir en un mismo cuerpo.

Aunque habitualmente infravalorada en el legado de Disney, quizás por no llevar corona, Mulán se ha convertido en un icono feminista. No es uno perfecto, aún atado a ciertos estereotipos y bañado con la comercialidad del cine infantil de la compañía, pero sus transgresiones son indiscutibles. Y son muchas. Analizamos por qué, veinte años después, la guerrera china sigue inspirándonos.

EL ORIGEN Y EL FEMINISMO

Probablemente pocos sepan que la historia de Mulán no es una invención de Disney, sino una historia bien clásica. De hecho, se remonta alrededor de los siglos V y VI, en la época de los Tres Reinos. En algún punto de aquella etapa empezó a correr la voz de una historia que después se convertiría en leyenda, y más tarde en poemas, obras de teatro y película de Disney. Es el recorrido natural. El mito del personaje se tituló La balada de Hua Mulan, que durante toda su historia se ha ido reescribiendo manteniendo una misma historia, que, claro, no se aleja demasiado de la del filme de 1998.

La historia comienza con Mulán lavando ropas en el río, cuando escucha que el ejército está reclutando nuevos soldados. Su padre, Huan Hu, podría ser uno de ellos. Para salvarle decide alistarse ella misma haciéndose pasar por un hombre, llevándose con ella la espada ancestral de su familia. La joven luchó con el ejército chino durante más de una década, y se convirtió en una de las más destacadas guerreras. Aunque, como en la película, no aceptó nunca las recompensas de sus méritos y, además, se enamoró de un oficial, Jin Yong. La leyenda cuenta que, un día, Mulán decidió presentarse en el campo de batalla con ropas de mujer para revelar por fin a sus compañeros su verdadera identidad.

Walt Disney Pictures

Contra todo pronóstico, la reacción de los soldados fue de admiración y respeto. Ser una mujer no cambiaba todos esos años en los que demostró una valentía y sabiduría fuera de lo común. No obtuvo rechazo, sino que les insufló coraje para la siguiente batalla. Al acabar, rechazó de nuevo los ofrecimientos del mismísimo emperador, y sólo pidió un caballo para volver a casa. A partir de aquí, la heroica historia se enturbia: al regresar descubre que su padre ha muerto. La tristeza por la pérdida y los traumas de la guerra la van consumiendo, hasta que, según la historia clásica, decide suicidarse. No es un final idóneo para una película para niños, ¿verdad?

Disney cogió esta historia y la convirtió en un éxito comercial, no sin antes quitarle el dramatismo final y añadirle un poco de comedia a través de unos secundarios icónicos. Pero, ¿por qué esta historia? ¿Por qué en 1998? No es baladí que aquella década fuese la de la tercera ola del feminismo, un nuevo empuje a un movimiento que llevaba más de un siglo luchando por los derechos de las mujeres. En esta época, precisamente, destacaron dos debates cuya influencia acabaremos viendo reflejada en las imágenes de la película: la necesidad de más mujeres en puestos de responsabilidad y poder, así como en las profesiones tradicionalmente masculinas que poco a poco se abrían a una mayor diversidad, y, sobre todo, a las teorías elaboradas por Judith Butler sobre las diferencias entre género y sexo. La teórica feminista argumentaba que el género -lo femenino, lo masculino- es algo performativo y no anclado a ser físicamente hombre o mujer. Adentrándonos en los entresijos de la película veremos como esto se convierte, de forma sutil, en una cuestión imprescindible.

LA MUJER PERFECTA

"Sé cuál es mi lugar. Es hora de que aprendas el tuyo", le dice el patriarca de los Fa a su hija Mulán, que acaba de explotar de rabia durante la cena por ver cómo, aún cojo y anciano, ha aceptado la llamada del ejército. Cómo ha firmado su sentencia de muerte. El lugar de la mujer, implica esa advertencia del padre, está en casa, haciendo las tareas domésticas y buscando un buen marido. Ya se nos describía al inicio del filme cómo ha de ser esa mujer perfecta que traerá honor a la familia.

Mulán nos enseña que las mujeres no son inferiores: sólo necesitan una oportunidad de demostrarlo

La protagonista prueba falsa esa teoría de que la única manera de traer honor a la familia es casándose bien. Mulán nos enseña que el valor también trae honor, y no es algo exclusivo de los hombres. Nos enseña que las reglas, si son injustas y patriarcales, hay que romperlas. En aquella época (y, en algunos sectores, aún hoy), se argumenta que las mujeres no sirven para ciertos trabajos. Esto se desmonta en el campamento militar, donde comprobamos que, aunque ella sigue siendo tan torpe como siempre, no es la única. Porque, y ahí está el mensaje, todos necesitamos el aprendizaje, independientemente de lo que tengamos entre las piernas. Con un poco de entrenamiento y motivación, Mulán se pone rápidamente a la altura de cualquiera. ¿Moraleja? Las mujeres no son más débiles que los hombres, no son inferiores ni incapaces de hacer lo que ellos hacen. Sólo necesitan las mismas oportunidades para demostrarlo.

Además, hay algo muy interesante en Mulán, y es que no ha de renunciar a su feminidad para abrazar su masculinidad. En ella pueden convivir ambas, y no pasa nada. Nos dice a su manera que el maquillaje y los vestidos no son inferiores a las espadas y los escudos, sólo diferentes. Que lo femenino no es inferior a lo masculino: es igualmente útil cuando la situación lo requiere, y si conlleva suficiente inteligencia para darle uso. Al final de la película, después de pasar un tiempo aprendiendo las técnicas de combate junto a los hombres, Mulán debe volver a lo que rechazaba al inicio de la película para salvar al emperador. Y acaba haciéndolo ella sola con un pai pai. CON UN PAI PAI, SEÑORES. Sin obviar esa maravillosa lectura freudiana que podemos hacer al ver un objeto fálico atravesar un abanico en forma de uve, que lo atrapa hasta perder su posesión.